La admiración por la naturaleza parece acentuarse a medida que aumenta la población mundial y crecen las ciudades. Cuanto más nos alejamos de la tierra, más fuerte es el anhelo de retornar a ella. Cultivar un jardín o un huerto se ha convertido en una forma de rebeldía y solidaridad, de lucha por los derechos sociales y la sostenibilidad del medioambiente. Pero ver crecer lo que sembramos es sobre todo una de las fuentes más genuinas de gozo. Además, las plantas nos pueden enseñar mucho acerca del arduo arte de vivir bien del que habla Michel de Montaigne.
Santiago Beruete, valiéndose de su experiencia jardinera, las aportaciones de la botánica y el pensamiento ecológico, nos invita a reflexionar sobre las contradicciones humano.